El otro día lo caché viéndome a media clase con ojos de borrego a medio morir. Me ruboricé un poco y, claro, fingí demencia. Aunque me paso negándolo, se que este chico tiene una cierta afición por mí. Y cuando lo hace evidente a veces me da pena, a veces me da risa, a veces me halaga y otras todas las anteriores. La mala cosa es que este chico no es una conquista, ni un prospecto ni un galán. Este chico es un fan.
Y me acordé de cierto individuo que llevó DJ al cumpleaños de mi mejor amiga. O el amigo de la secundaria que le dejaba rosas a mi vecina o el chamaquillo que le dejaba dulces a Nilbi en su escritorio del Ifait. Y luego recordé de un individuo que me ayudaba a estudiar microeconomía a deshoras (y de lo mucho que su esposa todavía me odia). Y de tooooodos estos casos que siguen y seguirán sonando en las jocosas cenas de los jueves.
Así que considero prudente dedicar unas líneas a este precioso e indispensable espécimen de la raza humana. El fan es una de estas cosas en la vida que se recuerdan con cariño. Por ello aquí mis conclusiones derivadas de horas (años!) de investigación sociológica y un minucioso estudio cualitativo (llámese el trago coqueto con las amigas neoyorkinas):
- Condición necesaria pero no suficiente para cosiderar a un individuo como fan: El individuo gusta de una, pero una no no gusta del fan. Cabe aclarar que el fan no necesariamente requiere ser feo. Es nomás que no hay nada ahí. Lástima, Margarito.
- El fan aguanta vara. Una lo trata mal, lo ignora, lo deja plantado por cualquier pretexto (generalmente algún patán o un buen par de zapatos en oferta) y el fan sigue ahí. A lo mucho se indigna un poco pero con un par de pestañeos jocosos, se le olvida. Él lo sabe y una también: el fan aguanta vara y una, por ende, abusa.
- El fan generalmente tiene la agenda libre (o eso parece). Igual y tenía planes, pero si una le llama de última hora porque le sobra un boleto para el ballet, el cine, el festival de bebidas calientes de Malasia, el fan deja lo que esté haciendo y toma el metro para llegar hasta nuestros brazos. Y bueno, hay que aceptar que siempre es útil tener un +1. Ya lo decía mi abuela: los hombres son de Marte y las mujeres somos de la Chingada.
- El fan tiene un dominio molesto de nuestra agenda. Al principio parece coincidencia, pero después de encontrarlo en 5 fiestas/bares/hapiauers consecutivas una empieza a dudar. El fan es estoquer, pues.
- El fan está ahí siempre, pero sobre todo, está ahí cuando a una le rompen el corazón. Y claro, haciendo uso de todos los puntos karmáticos que una va acumulando con tanto abuso de las buenas intenciones de nuestro amigo, generalmente se aprovecha para meterse en nuestras camas o, de perdis, darnos un beso. El fan, generalmente, es malo en la cama o besa mal o huele mal o algo: pues es que si fuera bueno, ya hubiera pasado de fan a amante, que no?
El fan es casi casi parte de los básicos de una mujer: un vestido negro, una blusa blanca, unos buenos jeans, unos tacones altos y un fan. Y si, tooooodas, en algún momento de nuestras vidas hemos tenido un fan. Ese que nos hace dudar de nuestra sanidad emocional: si este muchacho buena onda me quiere bien, por qué carajo sigo sufriendo por patanes, gandallas y losers? Y tooooodas en algún momento hemos abusado del fan: cuando una no trae carro, o no quiere ir sola a una boda, o requiere un acostón sin complicaciones, o que le ayuden con un paper o la saquen a distraerse para olvidar un rato que el amor de nuestras vidas anda con una piruja peli-teñida.
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