El fin del otoño me ha traído un Cascanueces y una llamada de medianoche y besos afuera de un bar y un amanecer bajo Paris y una mañana con sabor a Tolstoi. Y me ha mostrado la maravilla de la tristeza ajena. Y me ha dejado ver pasar los días y permitir al ancla dejar el agua. Y me ha lanzado a la mar. Y me ha recordado lo bien que se nadar... Y me ha traído días llenos de libros y promesas de lujos imaginarios y cálidos recibimientos.
El fin del otoño llevado a otros puertos bebidas amargas (amarguísimas) y mentiras piadosas y cartas que no me corresponden. Y me ha señalado prioridades y lágrimas que no me ha tocado derramar. Y me ha permitido alegrarme de la primera nevada y el frío que duele en las manos y no en el corazón. Y me ha traído un ego roto y varios discos nuevos y un nuevo milímetro de piel. Y se ha llevado lo que quedaba y que ya no servía y había comenzado a apestar. Y me ha enseñado que el pesar se llama distinto en otros países pero se parece en todos lados.
El fin del otoño a dejado cosas inconclusas (cosas que, tal vez, nunca debieron iniciar). Ha traído verdades ocultas y nuevos tragos. Y me ha traído pequeñas certezas: que ya vendrán lluvias suaves y de que Henry siempre será Henry (con sus textos mediocres y sus bolsillos vacíos y sus lentes y su sombrero) y que June tomará un barco a América y conocerá a un magnate que le comprará vestidos nuevos y Anaïs... Anaïs verá que Paris era una fiesta.
Y el invierno ha entrado silencioso (con un poco de música para corazones rotos).
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