miércoles, noviembre 17, 2010

La vida después...


En los últimos cuatro años me enamoré por partida doble: en algún momento, de hecho, estuve enamorada de dos hombres. Hombres maravillosos, brutales. Todo pasó muy rápido, ahora lo recuerdo como una película. Creo que terminé con toda fibra de ingenuidad que quedaba en mí. 

Reí, lloré, pasé noches sin dormir (por las razones correctas y por las razones equivocadas), caí al infierno y me elevé al paraíso. Aprendí en algunos meses lo que muchos aprenden en una vida. Fui feliz. Me enamoré como se enamora la estatua a la orilla de la playa. Como Helena (o Penélope - con el bolso de piel marrón) que teje por las noches. Me enamoré de una casa y del sabor a mezcal y de las orillas sin lijar. De su forma de jalarme el pelo y decidir (sin consultarme) el vino que acompañaría la cena. Me enculé. Y me enamoré de una voz que no cambió en una década y de lo prohibido y del amigo perdido y de lo que nunca pasó y no esperaba que pasara. Me enculé. Me enamoré del enamoramiento fugaz, de la positiva ficta, del qué pasaría. Me enamoré por sorpresa y con toda intención. En ambos casos tenía claro que era un equilibrio insostenible.

Y ahora lo veo desde la otra orilla. Y hay días que aún me siento enamorada. Del recuerdo, de los olores y sabores y las horas en el periférico y de Mahler y Cerati. Y de Bic Runga y Melody Gardot. De Lomas Verdes y San Ángel. De Marco Tulio y Séneca y Bolaño y Goethe. De las manos y las lenguas y las pieles. Y del CH y La Nuit de l'Homme. De los libros y las horas y Sienna Miller y Zooey Deschanel. Y de todo lo que me traje: Lola, los Louboutin, las bolsas Gucci. La tercera sinfonía y The Economist. Las perlas y el reloj Cartier. Las horas de grabaciones alemanas y el Atlas descrito por el Cielo. La consigna de estudiar mucho y regresar doctora (la promesa del matrimonio que ya no deseo). Las instrucciones de portarme mal y no pasar demasiado tiempo en la biblioteca y conseguirme una novia guapa, rubia y española.

Y hay otros (la mayoría) en los que estoy en otra parte. En donde siempre quise estar: dueña de mis días y mis noches. Aprendiendo a volar sola, a salir de marcha y no esperar nada ni a nadie. Y pasar la noche con un extranjero o un local o lo que se me antoje. O no. Y pasar los días frente al Chrysler y la ciudad frente a mí. Haciendo nuevos amigos y encontrando otros viejos. Haciéndola de hija pródiga, madre protectora y hermana comprensiva. De amiga en la distancia y amante perpetua. 

La vida, es verdad, la he encontrado en otra parte. Y ahora, se, vienen cosas nuevas. Y no es secreto que me alimento de la novedad, de la fuga. De desayunar en Paris y cenar en Mendoza. Del par de tacones sin estrenar. Pero también soy coleccionista. Y no me quiero deshacer de las viejas. He aprendido a viajar con una decena de maletas. La vida, en realidad, también estaba allá. Y está en todos lados. Y yo lo quiero todo. Lo quiero todo, a cucharadas y en dosis controladas. Quiero ser dueña de mis noches y mis días y de alguna de sus tardes. Quiero a Manhattan en mis manos y a México a mis pies.

2 comentarios:

Penélope dijo...

No era Helena la que tejía de noche

Helena dijo...

Says who?