lunes, septiembre 27, 2010

L’air du temps



Se fueron los días soleados. No sólo son las nubes que comienzan a teñir de gris ese lapislázuli que me había servido de techo desde que llegué aquí hasta el medio día de ayer. No son los charquitos que debo brincar pues no me he puesto las botas de lluvia. Es algo en el aire y el ligero cambio de color en los árboles. El otoño y el aire y el tiempo que se me han venido encima y me dejan un ligero sabor dulceamargo. Otoño en Nueva York. Es otoño y estoy en Nueva York y no puedo esperar a que Central Park se tiña de dorado. No puedo esperar a acompañar el aire fresco con Rioja y Edith Piaf y a Piazzola. Y con Ella y Louis.

Por varias semanas olvidé lo mucho que me gustan los días nublados y escuchar My One and Only Thrill y beber vino en martes. Pero hoy el cielo amaneció color cemento y la cata de whisky del sábado y el mantra de mi clase de hoy y el volver usar tacones de vez en cuando. Sabores, todos, dulceamargos. Sabores que se quedan en la lengua y sólo se quitan con un beso. Pero creo que este cambio en el aire me ha venido bien. O tal vez sea la emoción de buscar un pase de tres días y llegar en un viernes que no sea viernes sino sábado o jueves porque he aprendido a odiar los viernes. Los martes los soporto pues ahora comienzo mi noche con la frente al piso en lugar de tomar un apresurado whisky en Avenida de la Paz. Pero los viernes no. Y entonces el cambio me ha venido bien o tal vez sea que los días son más frescos o que a una mujer siempre le gusta el ritual de buscar el vestido perfecto y encontrar un perfume con las notas exactas.

O sea, puede ser, que he pasado el primer fin de semana sin resaca en lo que parecieron ser muchos meses. Debo aclarar, sin embargo, que el otoño en Manhattan se vislumbra mucho menos elegante de lo que yo podría haber anticipado. Aquí no llueve del cielo si no de los edificios. Me refiero a que el agua a uno le viene de frente y no hay paraguas que proteja de un maremoto. Y entonces uno, me imagino, debe aprender a caminar con los pantalones mojados y arrastrando los pies (pues las botas de lluvia hacen poco por la postura) y con la chamarra a cuestas pues aún hace calor pero no siempre sino sólo a veces. Y a sudar en el metro como uno suda sólo bajo las sábanas de cierto lugar en Patriotismo. No olvidemos, claro, que también se debe jalar el carrito de las compras, la mochila y la baticasa del quiacer. Lindo cuadro.

Aun así, algo en lo dorado del Macallan 18 años y la forma en la que el sabor cambia con un par de cubos de hielo. O algo en lo bien que huele Lola aquí (casi puedo sentir cómo viaja por el aire). Algo en este otoño que promete distinto y dorado y, si (he de aceptarlo) dulceamargo. Algo en la posibilidad de cargar con todo mi puesto de La Lagunilla para pasar por el Nespresso de Madison Ave. y sacar un par de cigarros de mi bolsa y leer en ese parque mas grande que yo, más grande que todo sueño. Y algo en aprender a dejar que mi pelo no se deje dominar pues el otoño aquí está lleno de agua. Y fumar tabaco sabor manzana y darme permiso de extrañar los viernes y aun así disfrutar los sábados y los lunes y todo lo que viene en medio.

Cuatro canciones. Otoñales. Dulceamargas.

…, Alondra Bentley (Ashfield Avenue, RU, 2009)

Dulceamarga. No creo que haya otra palabra para describir esta canción. El título mismo que refiere un poco a una pausa, un poco a lo inconcluso un poco al silencio. Y la voz de esta española que es dulce, casi infantil pero con un dejo de nostalgia. Y la melodía que recuerda, de pronto, a una canción de cuna o a un cuarto con luces apagadas y un abrazo.

Mizraïm, Andrea Balency (Andrea Balency Trio, México, 2010).

Sólo hay una cosa mejor que el otoño en Nueva York: noviembre en París. Y esta canción suena exactamente a eso. A vino en el parque y días ligeramente soleados y noches en vela. O tal vez sólo me sabe a un concierto inconcluso, un par de tragos en Polanco y provolone con proscutto. Igual, escúchenla.

Reforma, Ximena Sariñana (Mediocre, México, 2008).

No a todo mundo le gusta Ximena Sariñana. Tiene un estilo difícil y puede llegar a enfadar. A mi me gusta por muchas razones. Creo que tiene buenos arreglos y una voz interesante. Creo que en vivo es adorable y que es loable que escriba y componga y toque ella misma. Pero más que todo, me gusta porque me recuerda a esos días lluviosos que, tras tres horas de tráfico, se convertían en noches de lomas verdes y de no querer regresar.

Fondu au Noir, Coeur de Pirate (Coeur de Pirate, Francia, 2008)
Porque la escuché todo el otoño pasado con sabor salado de sudor y ciudad de México. Porque ahora sabe cupcakes y vino tinto y West Village. Porque es una linda canción y cae bien para días lluviosos. Porque se me da la gana.

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