jueves, octubre 20, 2011

Tal vez estoy durmiendo demasiado


Tuve una cita re linda la semana pasada. Así, como deben ser las citas: chico pregunta con anticipación sobre la agenda de la chica y concerta una cita. Chico hace reservación en un restaurante que sabe que chica disfrutará (chico sabe, chica es francófila). Chico y chica platican y platican y beben vino y comen y beben digestivos en lugar de postre y chico paga la cuenta y se lleva a chica a un lindo lugar del Upper East Side donde se puede fumar y hacen los mejores martinis. Y al final de la noche chico se lleva a chica a casa a beber whisky y a platicar un poco más. Y chica paga el desayuno del día siguiente.

Y es que esto del dating me está empezando a agradar (en parte, claro, por toda la comida y bebida gratis). Pero más que eso, empiezo a entender el juego, la dinámica, la magia. Es la fugacidad (vaya sorpresa). Datear no es lo mismo que salir ni mucho menos lo mismo que andar. Por lo menos en las primeras citas, es un arte. Es encontrar el equilibrio entre conocer progresivamente a una persona y encantarla con la mejor versión de uno mismo que nos ocurre inventarnos. Y la verdad es que uno nunca sabe si se volverá a ver a la otra persona. Es como un on going experiment: uno aplica algún tratamiento y espera (no sin algo de emoción) el resultado. Y eso es lo que más me gusta: el vértigo de no saber a ciencia cierta. 

La verdad es que no se si volveré a ver a Chico. Basta decir que es poco parecido a cualquier cosa que he probado antes. Tiene, en papel, los requerimientos necesarios (pues sabe mucho de música y le gusta Capote y Heminway y what-have-you)... pero en realidad es totalmente (y como diría Jenny) "against my type". Y es que Jenny tiene más de un año recomendándome que pruebe algo diferente. Pues bueno, veamos hasta dónde llega esto. Lo mejor? I don't really care. No es que haya yo caído en la desesperanza, en el nihilismo o me haya vuelto aún más cínica. Por el contrario: algo entre la yoga, mis roommates vegetarianos y el gran clima del otoño neoyorquino me ha dejado en un estado de completa relajación zen. O tal vez sólo sea que estoy durmiendo muchísimo.

En estos días veo la vida de otro color, uno más tenue. En algún momento en septiembre decidí ponerme flojita y cooperar. Al principio fue más uno más de mis experimentos sexológicos-sociológicos. Decidí que si la cosa no funcionaba con un hombre, siempre habría otro que tomara su lugar. Y, en efecto, así fue. Como por arte de magia me llovieron ofertas, invitaciones, aventuras... como si hubiera sido sólo cuestión de dejarse querer. Y esto me recordó que, por lo menos en mi vida, las cosas siempre salen como deben salir, aunque yo no necesariamente las planee así. Y entonces dejé de preocuparme y me empecé a relajar. 

No voy a mentir: ahora lidio con un poco de culpa, por el poco esfuerzo que me implica este semestre, lo fácil que parece la vida en estos días. Siento que debería hacer más, dormir menos, empezar a planear. Pero, al mismo tiempo, trato de escuchar esa voz que me dice que estos días no volverán y los debo disfrutar como si hubiera rentado el vestido más bello del mundo. Y entonces trato de encontrar un poco el equilibrio entre el completo abandono y las metas que siempre me ha gustado ponerme. Este otoño con un sabor distinto: sigue siendo dulce, pero ya no empalaga. Veo, a lo lejos, el fin de este periodo pero no siento el peso de mi destino. Al mismo tiempo, tengo frente a mí pura felicidad, y he decidido tomarla y guardármela en el bolsillo y andar con ella a la mano. Es como andar ligeramente alcoholizada todo el tiempo. Es como estar un poquito enamorada. Y es que a quién no le gusta andar enamorado y borracho por la vida?

Y como ahora uso Spotify y por eso ya no les regalo música a mis dos (tal vez ahora sean tres) lectores, les dejo una recomendación. Canción feliz para días lluviosos.


3 comentarios:

Blanche de Boer dijo...

bellissimo

Lou dijo...

Nice to read you :)

Anónimo dijo...

Es hermoso pero de una manera cruel y a qué no sabes el porqué?