Dicen por ahí que la vida no se compone de el número de respiraciones que tomamos por minuto, sino por los instantes que nos quitan el aliento. Pues fui a la primera clase de yoga del semestre y, como siempre, me volví a casa con una lección profundísima. La instructora trataba de que la clase entera se sintiera cómoda con el parado de cabeza (cosa que yo nunca lograré) y nos daba instrucciones sobre el ángulo en el que los brazos deben estar con respecto a los hombros para que el cuello no se nos fuera a partir... y entre instrucción e instrucción nos pedía que siguiéramos respirando. Y yo, claramente, no lo hacía (pues básicamente porque no podía). Y luego dijo algo que se me quedó grabado: si no pueden respirar, están haciendo algo mal; identifiquen dónde está el problema, regresen de su pose, acomódense y comiencen de nuevo.
Y me hizo tanto sentido: cuántas veces vamos por la vida conteniendo la respiración, ignorando todo lo que está mal? El comentario me regresó un par de años a mi época de exploración tántrica (que duró como semana y media, claro). Resulta que la gran mayoría de las personas alcanzan el orgasmo más rápido y de manera más intensa si contienen la respiración cuando se acercan al clímax. De hecho, existen prácticas que coquetean con los límites de la asfixia como parte del juego sexual. Pero existe evidencia que indica que mediante una respiración más controlada se pueden alcanzar orgasmos más prolongados y se aumentan las posibilidades de sincronización en la pareja. O séase, igual vale la pena intentar respirar.
Y ayer fui a ver un performance con algunos de los mejores bailarines de este país. Y, claro, casi lloro un par de ocasiones. Y me di cuenta que para ser un gran bailarín se requiere más que técnica perfecta. Las coreografías que nos quitan el aliento llevan algún elemento que desafía la gravedad en cierto momento: las piruetas eternas, los saltos kilométricos, las caídas temerarias... me di cuenta de que los grandes bailarines carecen de miedo (they are fearless) y eso es lo que los hace grandes. La falta de temor (que no de prudencia, eso es otra cosa) es señal de esa llama interna que los verdaderos artistas lleva en el corazón. Al final, la pasión de algunos mueve a muchos. Y la pasión, por lo menos a mi, me hace perder el aliento.
Pero la danza tiene como elemento fundamental la respiración. Para girar, saltar, lanzarse al vacío y hacerlo con belleza requiere horas en el estudio, requiere de la mente dominando al cuerpo. Requiere aprender a lidiar con el dolor y para eso se necesita aprender a respirar. Al final, una obra maestra representa ese equilibrio entre el control de los pulmones y la falta de aire. Y entonces decidí tomarme las cosas más con calma (si! más) y aprender a respirar ahora que puedo. Pero luego, en esas bromas que la vida ama jugar, recibí una llamada esta noche; de esas llamadas que no te dejan respirar (pues es que uno o sonríe estupidizada, o respira como dama de sociedad). Y en estos momentos, donde mi vida está envuelta en felicidad y belleza, me pregunto si la vida será simplemente eso: la combinación mágica entre aprender a respirar y encontrar la dosis perfecta de momentos en los que vale la pena quedarse sin aliento.
- Posted using BlogPress from my iPad
No hay comentarios:
Publicar un comentario