Ya han pasado dos semanas desde que volví al hogar para unas merecidas (not!) vacaciones. Debo confesar que, al principio, no tenía todas las ganas de venir. Me la estaba pasando bomba en Nueva York. El verano en Wonderland es simplemente eso: tierra de maravillas. Me daba pereza empacar, hacer compras, dejar todo listo... Se bien que este fue el primer y único verano que tendré para jugar en Manhattan, como si fuera mi patio de juegos, sin preocupación alguna (mas que el ensayo que Marina me obligó a terminar en una tarde), largo como los días de junio y dulce como los helados del West Village. Vivo en una fantasía y este verano me muestra las grietas que comienzan a aparecer en mi castillo de cristal. Por eso no quería venir. Por eso y porque le temía a la realidad y a los recuerdos.
Se sabe que no me ajusto bien a los cambios. Por idiota que suene, cuando uno se va, en parte se espera que el tiempo se detenga. Es difícil irse para volver a una mundo que no es igual al que se dejó. Y, al fin, sabía bien que aquí las cosas han cambiado: los padres están ocupados, las amigas tienen nuevas rutinas (nuevos compromisos), el marido está mas bien enamorado, el perro tiene programas favoritos nuevos... los viernes del sur y las comidas en Polanco quedaron ya en otros tiempos. Vaya! hasta mi lugar de vinos preferido ha cambiado de nombre. Y yo, envuelta en ese cuento de hadas en el que vivo, no quería enfrentar nada de eso.
Pero, al final vine pues ocho meses fueron demasiados para estar lejos. Me regalaron el pasaje, tuve tiempo suficiente para preparar bien las maletas e irme de fiesta una noche antes. Y llegué (con una ligera resaca) directo a disfrutar de mi ciudad y de mis amigos y de todas esas cosas que me hacen amar a mi Ciudad como amo pocas cosas. Y me la pasé bien y me di cuenta que, a pesar de que hablo con mis amigas casi a diario, a pesar de haber visto al Muégano y a los señores Nenito hace pocos meses, estar lejos siempre pesa. Y estar cerca viene bien. Muy bien.
Y las cosas siempre se ven mejor a la distancia. Y ha sido un año tan bueno, de esos que probablemente vienen una vez cada década. Y he hecho tanto, y he perdido el tiempo y he aprendido y he trabajado y he sido irresponsable y he probado bocas y he tirado el dinero a la basura. Y ahora tengo vestidos lindos y muchos recuerdos y el sabor dulzón de otoño neoyorkino. Y la posibilidad (?) de pasar días envuelta en sábanas blancas y sus piernas. Y ahora tengo un poco de nostalgia y mucha expectación y grandes planes y algunas decisiones tomadas. Y muchos amigos, aquí y allá. Y en quince días será tiempo de volver a mi País de las Maravillas, lo cual quiere decir que aún me quedan quince días de dulce realidad.
3 comentarios:
Como nunca me he identificado con esta entrada.
Me pasa lo mismo una vez al mes, las nuevas costumbres, lo nuevo de la casa, las nuevas amistades, las platicas donde no estas enterado de todo, los nuevos sarcasmos.
Sin embargo por cuenta propia uno genera eso mismo y no lo puedes a veces compartir porque no saben de lo que hablas.
Me fascino.
Ya era hora de que terminarás tu ensayo!!!
Ahora a disfrutar de los dìitas que te quedan por aquí...y después a disfrutar lo (o más bien él) que te espera allá...
Tu ciudad y tus amigos aún con compromisos diversos estaremos pendientes de tí en la medida de lo posible, disfruta del País de las Maravillas, solo eso!!!
Y la ciudad de las sorpresas (la de México) siempre estará complacida al tenerte de vuelta...
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