viernes, junio 10, 2011

Crónica de un encuentro imaginario


Pasó el tiempo y nunca terminamos de sacarnos ese par de encuentros de la cabeza. Y, por mucho tiempo, el deseo siguió ahí. Aún después de tener otras personas en nuestras camas, después de mi corazón roto y de tu vida y las protestas y de mi País de las Maravillas. Algún día te lo dije: fuiste el mejor amante de estos años. Y permanecimos en contacto, como amigos de algún tipo. Tal vez fue eso lo que al final nos llevó a buscarnos de nuevo.

Y entonces buscamos un billete que nos llevara a terreno neutral. Praga no, dijiste: Praga si quiero verlo (yo también, respondí). Y nos reímos y la respuesta fue sencilla: París. Porque los días y las noches en París no están hechas para ser habitados y trabajados y olvidados en el tedio de lo cotidiano. París está para ser fondo de cuentos y películas. Para vestidos lindos y lencería cara. Y perfume y vino tinto. Y entonces compramos dos boletos: Madrid-Paris / Nueva York-Paris. Y yo empaqué cualquier cosa: bragas negras, mi cepillo de dientes, mi mejor perfume. Sabía que sólo necesitaría, a lo mucho, un buen vestido. Preparé una buena selección musical y me armé de libros y revistas para sobrevivir el vuelo.

Jueves por la tarde, CDG. Intenté ponerme bonita en el avión, no tanto para tí, sino para París. Hay algo de nostaliga en Charles de Gaulle. Es viejo, como salido de una película de video-club.  Logré pasar migración sin salirme de mi precario francés. Te encontré sentado cerca de la salida internacional. Me ayudaste con mi maleta (siempre has sido un caballero) y buscamos un taxi. Fingí entenderme con el taxista: no es difícil llegar al Arc de Triomphe. Charlamos un poco, me tomaste la mano. Estábamos un poco nerviosos, un tanto incómodos. Nos guardamos el deseo en los bolsillos.

La timidez nos duró sólo hasta que llegamos al hotel. A punto estuvimos de quitarnos la ropa frente al botones. Nos bebimos enteros sabe Dios cuántas veces. Pasaba de la media noche cuando nos dimos cuenta que teníamos hambre. No encontramos abierto el León de Bruselas que tanto me gusta. Comimos cualquier cosa, nos fumamos varios cigarros y compramos agua y vino. Regresamos al hotel y no volvimos a salir hasta dos días después. Me besaste la espalda en todos los idiomas conocidos, me besaste los pies y las manos. Me hice amiga de tu boca. Cada beso, cada mordida, cada vuelta en el colchón fue mejor que la anterior. En cualquier otra ocasión no hubiera perdonado ir al Museé d'Orsay, buscar boletos para el Ballet de la Ópera y pasear por el Pont Neuf. Pero no hubo necesidad. Nos reímos, te leí el periódico y compartimos música. El sol parisino entró por la ventana y nos encontró más de una vez con el pelo revuelto y enredados en las toallas, recién bañados. Bebí vino y nos fumamos hasta la última provisión. 

Cuando terminamos el último cigarro fue tiempo de vestirnos. Tras tres días con sus noches de mordernos, tocarnos, y hacernos reír, tomé mi maleta sin deshacer y regresé a mi vida. Tu tenías un par de horas más. Me diste un beso en los labios y otro en la frente y te quedaste a caminar un poco. Me llevé tu acento en los oídos y tus besos en la espalda. Y por mucho tiempo, Paris me supo al mejor amante que tuve en aquellos años.

3 comentarios:

Il primi dijo...

Siempre es un "placer" leerte. Pero sigo con una duda.... Cual seria tu seleccion musical?

Marination dijo...

Ándale!!! creo que alguien anda inspirada!!! besooo

Carlitos dijo...

Grandísimo