lunes, marzo 21, 2011

Call me irresponsible

En un arranque de irresponsabilidad totalis ayer salí con un chico. Hoy pago las consecuencias y las seguiré pagando toda la semana junto con las deudas acumuladas durante lo que viene siendo el Esprin Vrei (que le llaman). A ver cómo nos va con los parciales. Pero todo ha valido la pena. Me he divertido como tenía años que no me divertía. Completa y absoluta irresponsabilidad controlada. 

Pero bueno, volviendo al chico este. Le llamaremos "el otro Don C", pero sólo porque comparte nombre con aquel legendario personaje. Este chico madrileño que, una vez más me ha tenido entre risas y besos hasta altas horas de la madrugada. Y me la he pasado taaaaan bien. Y es que ha sido una de esas cosas que simplemente son. Se ha sentido bien y me ha dejado pensando. Hay cosas que simplemente son.

Me refiero a que las pocas horas que compartí con este chico fueron buenas y felices. Ese tipo de citas (de horas, de como le quieran llamar) se dan poco. Y, creo que gran parte de la magia se basa en la fugacidad y en la efímera promesa de unas horas. Me recordó a las primeras citas con K, un poco (sólo un poco). Dos personas con agendas y domicilios completamente distintos, que decidieron compartir una cena y una penumbra y un poco de música (y besos, muchos besos... y risas, muchas risas). Dos personas que coincidieron en un bar en Nueva York y decidieron compartir unas cuantas horas y nada más.

Y es que este chico, a estas horas, debe ir volando sobre algún punto entre el Chrysler Building y Las Cibeles, de regreso a su vida. Y yo estoy en un café, junto con mis roomates, tratando de sacarme un ensayo sobre ciudadanía de la manga (va bien, lo juro!!). Pero por unas horas todo hizo sentido. Su gusto musical y los XX y sus historias sobre Colombia y el hecho de que conoce Santa Clara (en mi Cuba querida) y su jetlag y mi insomnio. Y mentiría si dijera que no podría verme pasar unos meses con él... y (como los hombres son de Marte y las mujeres somos de la Chingada) entonces todo se pondría complicado y como todo hombre en mi vida, sacaría mi lado oscuro y yo esperaría cosas y haría dramas y terminaría odiándolo y enterrándolo en la memoria. Y él se olvidaría de mí y se iría a vivir con otra chica. Y yo me preguntaría por unos meses si las cosas hubieran podido ser diferentes. 

Pero no. En este caso no esperé nada. Vaya, ni siquiera esperé verlo una segunda ocasión... ni esperé perder horas de sueño riéndome quedito y tratando de no hacer ruido para no despertar a los roomies. Pero pasó y la pasé (la pasamos?) muy, muy bien. Hay cierta magia en la simpleza que esconde la noche. Es esa maldita y hermosa fugacidad. Como la luna, que mañana ya no se verá igual de grande.

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