Como bailarín (y como espectador) a uno lo entrenan para bailar en silencio. No me refiero a bailar sin música, si no a bailar sin hacer ruido. En algunas escuelas, de hecho, la calidad de una bailarina se mide por su capacidad suprahumana de silenciar sus zapatillas. Y el público está acostumbrado a escuchar sólo mínimamente el golpeteo del yeso en la duela. Los teatros, además, generalmente tienen pisos nuevos, con aire suficiente y fosas de orquesta bien posicionadas. La danza, para casi todo el mundo, esa hermosa película muda con música sobrepuesta.
Hoy vi al American Ballet Theatre en el Rose Theatre. Este teatro es el anexo para jazz del Lincoln Center. Lo más cercano que yo he visto es el Voilá, en Antara. Un foro nuevo y moderno específicamente hecho para hacer y escuchar jazz. La acústica es impresionante. Los lugares están milimétricamente planeados para optimizar la visibilidad desde cualquier punto de la audiencia. La temperatura respeta a los instrumentos y a los asistentes. El lugar es simplemente perfecto... para la música.
Ver ballet en un lugar hecho para música es algo distinto. Al principio, he de aceptar, el rebotar de los bailarines me resultó sumamente distractor (casi molesto). El foro es tan sensible a los sonidos que no sólo se escuchaba el aleteo natural de las puntas. Se podía escuchar todo: la fricción del demi-pointe contra el piso, cada paso, cada una de las piruetas, los descensos... Entre el piano y el violín, de pronto, se podía escuchar cada respiración, los pliegues de los tutús en el aire... el choque de la piel de él con la de ella. Fue indescriptiblemente hermoso.
No pude evitar pensar en lo bonito que es el sexo en silencio. Esa danza sudorosa que se acompaña con la música que hacen las sábanas y los alientos y las lenguas. Esa música silenciosa que permite escuchar al auto que pasa en la calle, el rechinar del colchón, el roce de las pieles, el batir del cabello. Y no pude evitar pensar en sexo durante tres de los cuatro cuadros de la presentación de hoy. Sexo en silencio, en sábanas blancas y con sabor a vino amaderado. No pude evitar en sexo.
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