viernes, julio 02, 2010

Apariciones


Ya lo decia aquella mujer en tacones: no dejes, ni por un minuto, de pensar en él... porque en ese justo momento aparecerá.


Los hombres tiene esta extraña capacidad de saberse pensados, extrañados o anhelados. También tienen esta molestísima costumbre de aparecerse justo en el momento en el que uno está a punto de olvidarlos. Aaay dolor! ya me volviste a dar,  pensamos nosotras cuando recibimos una llamada de media noche, un mensaje inesperado o presenciamos una aparición fortuita.

Se (y lo se muy bien) que, de entre todos los hombres de mi vida, hay uno que maneja este fino arte con el mayor grado de pericia. Es como si supiera lo mucho que lo quise (¿lo quiero?) y lo difícil que es lograr no extrañarlo y que se me ha abierto un huequito en el corazón (y en la cama), coincidentemente, en estos días. Y es como si tuviera estas pequeñas certezas y supiera no sólo que me voy en cuarenta días sino que estaba segura de no querer despedirme. Y al dolor se le ocurre aparecerse con ese pésimo timing que siempre ha tenido y (peor!) a mi me ha venido muy bien.

Sostengo que a los hombres les dan una clase extra en la secundaria que no le dan a las niñas: cómo volver loca a una mujer. Y hay algunos especímenes que, se nota, tomaron muy buenos apuntes y lograron dominar con los años la graciosa habilidad de tomarle a una la medida. Hay hombres que huelen en el aire cuando a una le ha dado por recordar cómo se sienten sus manos y lo bien que saben sus besos y no ha podido... o por lo menos no, con aquella exactitud matemática que se tenía hace apenas unos meses.

Hay hombres que simplemente saben. Y saben bien.

Rolas sobre aparecidos, apariciones y otras estampas de tarde nublada:

Puede que, Miguel Bosé (Sereno, España, 2000)
Por un beso robado a pesar de tu boca colgaría mi vida de un hilo. Por mi muerte no quiero otra cosa, por un beso que es mío... y que sigo esperando. En la urgencia de dos corazones que no saben que hacer con su herida. Que no saben que hacer y se olvidan. Por un beso secreto paciente en tu boca... vendería mi alma y su sombra. Y puede que... saber que me quieres, quererme y no puedas. Yo seré del cielo que me entregues ... Y puede que me pierda en el aire con paso sereno. Yo seré del cielo que me entregues... Por un beso que puede hoy no tenga sentido, por un beso querido a medida, que despacio me cuesta la vida. Por un beso robado, a pesar de tu boca... Colgaría mi vida de un hilo... Y puede que.

Yo no se... pero eso a mí me sabe a miel diluida con lágrimas saladas.

Se me olvidó que te olvidé, El Cigala (feat. Bebo Valdés) (Lágrimas Negras, España, 2003)

No me gusta el dolor inecesario que El Cigala le pone a su cantar. No me gusta particularmente ese disco que todo mundo alaba. Pero hay algo en ese tono boleroso de antaño, que hasta El Cigala canta contenido. La letra duele, innegablemente duele y es cierta y entonces duele más. Pero el tono suena a un buen ron, de esos que se beben en vaso corto y redondo sin hielos ni nada...  y un habano... y un cubano.

Is it any Wonder, Sophie Ellis Bextor (Read my Lips, EUA, 2001)

Es la mejor canción del único disco de esta chica. Es triste pero esperanzador. Suena a prepararse para una buena fiesta, suena al inicio de una fiesta y la aparición en la esquina opuesta... suena a caminar por la ciudad, a encuentros de acera a acera... Suena a tardes frescas y a besos añejos. Suena bien.

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