martes, junio 15, 2010

Travesuras de la niña mala



Hay un ligero placer culposo en esperar la sentencia de un crimen que se sabe cometido. Forgive me Father, for I have sinned. Y es que no lamento el crimen. El crimen fue planeado, saboreado en la expectativa y extrañado con la nostalgia inexistente de lo inconcluso. Yo confieso que he pecado y que disfruté cada segundo. Lamento, sin embargo, las externalidades: la incomodidad, la decepción, las consecuencias prácticas y, sobre todo, los daños a terceros. Lamento haber salpicado a más de uno en esta travesura. Lamento, en especial, un par de salpicaduras.

Pero… ¿qué no de eso se tratan las travesuras? De encontrar el equilibrio entre la magnitud de la salpicadura y el esfuerzo que requiere limpiar el tiradero. ¿O será que el punto de la travesura siempre estará en la hazaña de no ser descubierto?

En cualquier caso, hay más. No sólo es el hecho de haber sido descubierta in fraganti, o la combinación desafortunada de circunstancias que llevaron al descubrimiento. Es la peculiaridad de la situación lo que me ha llenado la cabeza de ruido: de todas las ocasiones en las que pude haber sido sorprendida en una travesura, debía ser precisamente ésta… y de todos los cómplices que pude haber tenido, tenía que ser él quien me acompañara en el delito. Tal vez es sólo una de las señales: siempre será complicado. No me quejo… sólo me pregunto si podría ser de otro modo. No me lamento. Me regocijo en la certeza de la aventura.

Cierto es que errar y aprender a lidiar con las consecuencias es parte de crecer. Cierto es que he aprendido una o dos cosas. Cierto es que no habrá oportunidad para probar los conocimientos adquiridos. Y cierto es también que, de todo, me preocupan las consecuencias; podría decir, incluso, que me duelen un poco. Me duelen los corazones rotos y los tiempos en los que deberé pagar la deuda… Carajo, era sólo una travesura.

Podría negarlo todo, esconder la mano, fingir demencia. Pero no lo haré porque así como sufriré los efectos he disfrutado los resultados. Es cierto que a la gente se le conoce en situaciones poco gratas. Y grato ha sido conocer un centímetro o dos del cómplice, quien no ha salido corriendo dejándome tirada y malherida (aunque ese haya sido el pacto silencioso). Han sido gratas las tardes compartidas en la distancia, los ojos perdidos, el vacío en el pecho. La delicia de las llamadas tristes, desoladas, la imaginación de los besos en la lluvia.

En estos días se han dicho puras verdades: te quiero, no me dejes, estoy preocupado… Con eso me basta para enfrentar mi castigo. Mi reino por un par de mentiras verdaderas.

3 comentarios:

Un fulano dijo...

Ni q decir, nos encanta poner la copa en la orilla de la mesa, se nos cayeron en esta ocasión, y la maldita gravedad no quizo flexibilizar ni poco su ley universal para salvarlas, se han roto, ahora no queda más que recoger los trozos de cristal y sorber el vino que se derramó en el piso.

Marination dijo...

Chazzzz!!!! Pos solo puedo decir que a tres pisos, 25 escalones aprox, puedes caer si la magnitud de las consecuencias lo ameritan... te mando un beso enorme y como dices... lo bailado quién te lo quita...

Daniel dijo...

Jamás se tratará de sorber el vino y menos del piso, lo cual es algo poco saludable. Se trata de otra cosa, de encontrar manos y hombros y cabezas en los que apoyarte muy a pesar de las circunstancias; se trata de lo fortuito en el descubrimiento del crimen.

No creo que negarlo todo tenga que ver con el hecho de disfrutar el resultado. El deseo está lejos de pagar culpas, el placer no ha de ser sujeto de culpa. Si negarlo todo implica más caras sonrientes, ¿qué tanto nos sirve la verdad?