Ayer recibí tres llamadas. Una, la más importante, fue más bien una invitación metafórica a no olvidar dónde estoy parada y que el juego que he decidido jugar tiene reglas claras. No me gustó y desperté (raro en mí) a media madrugada con una punzada de tristeza en el pecho y sólo para comprobar lo ya dicho: mi teoría se sostiene y lo demás son espejismos. Y luego me dio insomnio y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano (más bien fallido) por disimular el parecido con Diego Rivera en la foto que debí tomarme por la mañana.
Y de verdad que hay personas que logran hacer de la lectura entre líneas un deporte olímpico, la mayoría, mujeres. Yo lo intento, pero sólo en mis ratos libres. Acepto que es monumentalmente lúdico tratar de adivinar lo contrario de lo que ya se sabe: que si una llamada a deshoras dice mucho sin decir nada, que unas horas ya no bastan, que si hay dedicatorias escritas en el viento... Cierto es que es solo eso: un deporte, no una ciencia. Y la evidencia me muestra sólo tres cosas, mismas que esa llamada (la primera) tuvo a bien recordarme contundentemente.
Pero para ser justos y cubrir con un poco de azúcar mi ligera amargura, debo hablar de las otras llamadas, ambas inesperadas, ambas recordatorio de que hay otras cosas... Mi amigo Salo, quien puede acompañarme en viajes bien transatlánticos bien transcontinentales en búsqueda de cosas tan inhallables como la paz interior o un hogar adecuado, nunca me llama y rara vez se comunica. Ayer fue una de esas raras ocasiones en las que, alarmado por mis señales confusas, decidió cerciorarse de que estuviera yo bien.
Y es que a veces uno está tan entretenido construyendo remolinos interiores que tiende a olvidar que hay otras cabezas, otros mundos y otros corazones en los que uno tiene un lugarcito. Se sabe (es casi casi un lugar común) que podría mañana mismo tomar un par de maletas e huir a Paris (sin dejar de pasar por Lisboa) con el "chico" que últimamente protagoniza mis sobresaltos. Se sabe que bien podría desaparecer sin mirar atrás y sin dejar lugar para nada más en las maletas. Se sabe que esto no sucederá y de ahí la importancia de la llamada de mi compañero de viajes.
La última llamada fue una especie de postre fresco. Un sorbete de frutos rojos, digamos. Y es que hay algo en esa voz que me acaricia por detrás de las orejas. Y hay algo también en la historia inconclusa (acaso comenzada?) y en lo espontáneo de aquella vez y la promesa de una nueva madrugada. Es de ese tipo de postres que no requieren plato fuerte ni largas comidas ni trámites de servilletas. Esa llamada mes supo como a comer helado en la cama un sábado cualquiera. Y Dios sabe que ayer necesitaba un postre y un recordatorio de lo perdido, lo encontrado y lo que, de pronto y sin pedirlo, me viene a buscar.
Tres rolitas sobre llamadas, lo que le llaman o lo que viene siendo el llamar.
Y de verdad que hay personas que logran hacer de la lectura entre líneas un deporte olímpico, la mayoría, mujeres. Yo lo intento, pero sólo en mis ratos libres. Acepto que es monumentalmente lúdico tratar de adivinar lo contrario de lo que ya se sabe: que si una llamada a deshoras dice mucho sin decir nada, que unas horas ya no bastan, que si hay dedicatorias escritas en el viento... Cierto es que es solo eso: un deporte, no una ciencia. Y la evidencia me muestra sólo tres cosas, mismas que esa llamada (la primera) tuvo a bien recordarme contundentemente.
Pero para ser justos y cubrir con un poco de azúcar mi ligera amargura, debo hablar de las otras llamadas, ambas inesperadas, ambas recordatorio de que hay otras cosas... Mi amigo Salo, quien puede acompañarme en viajes bien transatlánticos bien transcontinentales en búsqueda de cosas tan inhallables como la paz interior o un hogar adecuado, nunca me llama y rara vez se comunica. Ayer fue una de esas raras ocasiones en las que, alarmado por mis señales confusas, decidió cerciorarse de que estuviera yo bien.
Y es que a veces uno está tan entretenido construyendo remolinos interiores que tiende a olvidar que hay otras cabezas, otros mundos y otros corazones en los que uno tiene un lugarcito. Se sabe (es casi casi un lugar común) que podría mañana mismo tomar un par de maletas e huir a Paris (sin dejar de pasar por Lisboa) con el "chico" que últimamente protagoniza mis sobresaltos. Se sabe que bien podría desaparecer sin mirar atrás y sin dejar lugar para nada más en las maletas. Se sabe que esto no sucederá y de ahí la importancia de la llamada de mi compañero de viajes.
La última llamada fue una especie de postre fresco. Un sorbete de frutos rojos, digamos. Y es que hay algo en esa voz que me acaricia por detrás de las orejas. Y hay algo también en la historia inconclusa (acaso comenzada?) y en lo espontáneo de aquella vez y la promesa de una nueva madrugada. Es de ese tipo de postres que no requieren plato fuerte ni largas comidas ni trámites de servilletas. Esa llamada mes supo como a comer helado en la cama un sábado cualquiera. Y Dios sabe que ayer necesitaba un postre y un recordatorio de lo perdido, lo encontrado y lo que, de pronto y sin pedirlo, me viene a buscar.
Tres rolitas sobre llamadas, lo que le llaman o lo que viene siendo el llamar.
Collect Call, Metric (Fantasies, EUA, 2009)
La lluvia cae y esta canción no puede ser mejor soundtrack. La voz de la vocalista viene bien a toda hora y esta canción es melancólica en su justa medida. Los acordes son innegablemente bellos y la letra es sencilla y cierta. Es música para corazones enamorados que no pierden el piso o para almas rotas que no se tiran al drama.
Love Long Distance Call, Gossip (Music for Men, EUA, 2009)
Si el paso 1 es reconocer que una llamada puede herir, el segundo es saber que otra llamada puede curar. Si no tenemos mezcal, por lo menos echar una buena bailadita para sacudir el espíritu. Gossip es de estos grupos con tintes chakaravers que si me gustan por hacer un merecido homenaje a la música setentera y mas bien jotibailable, un poco como LaRoux pero con más ondita.
Lasso, Phoenix (Wolfgang Amadeus Phoenix, Francia, 2009)
Phoenix se escribe casi como “phone”… o casi. La verdad que no quería poner Telephone de Lady Gaga porque la última vez que puse aquí algo de nuevo pop, terminamos escuchando “I Got a Feeling” hasta sangrar las orejas. Y Phoenix me recuerda a una de esas tardes-noches donde todo pasa. Tal vez esa noche me enamoré un poco… y como consecuencia caí en cama por varios días. Esta canción es la típiquísima de estos francesitos hipsterosos, alegre para días de sol o noches que prometen convertirse en llamadas de madrugada.
1 comentario:
Amé tus recomendaciones musicales, ya se les extrañaba, son parte de la esencia de tu blog :)
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