miércoles, mayo 19, 2010

Esto no se acaba hasta que se acaba...


Todos nos sabemos la historia: chico conoce chica. Chica escucha dos palabras sobre Hegel y Mahler y cae rendida. Chico se pone pelado y chica se rinde aun más. Chico y chica comparten muchos meses de peleas y música y buen (muy buen) sexo. Dos años después, chica no quiere ver más a chico (chica se mudará a una ciudad sin asaltos, pero con bombas). Chica extraña un poco a chico pero se ha desintoxicado lo suficiente. La “cosa” que tuvieron chico y chica se ha terminado… aunque usted no lo crea.

Hasta ahí todo bien. Es una historia de éxito y superación personal muy a la Oprah. El problema es que durante los dos años que chico y chica pasaron juntos las cosas de chico comenzaron a acumularse en el clóset de chica. Y chica fue dejando (a veces, no lo neguemos, en un afán de dejar huella) algunas cosas valiosas en la maravillosa y minimalista casa de chico. Estamos, querido público, ante el místico ritual de la devolución de las cosas.

En mi poder tengo un cepillo de dientes (que bien podría tirar), tres calcetines, cuatro libros, dos colecciones de música barroca, un librototote de sobre proporciones arquitectónica, un libro que llegó hace poco de Amazon y una chamarra comprada en Miami que, sabemos, le encantará a Don C (y le vendrá muy de utilidad ahora que comienzan las lluvias – tiene que taparse su pechito por que los chiflones a su edad no son minuta petaca). También quedó una caja de chocolates Godiva sin entregar y bastante rancios a estas alturas, que me dan ganas de entregar, nada más por la pura crueldad.

A cambio, he de recibir mi aceite sabor a Tutsipop, un K&Y yours and mine que nunca logré probar, un tarro entero de bodypaint de chocolate y una larguísima lista de goodies del estilo (que más le vale al hijo de ** no utilizar con alguna otra señorita). Además, Don C tiene una orquídea que debería devolverme, mi cepillo de dientes (que seguro ya tiró), mi boxset de colección de Nirvana, mis libros especializados “The Art of Comparative Politics” y “A favor de la intolerancia” que no pienso dar por perdidos… y estoy casi segura que, al menos, 3 pares de zapatos, múltiples aretes sin par, un vestido negro y una cantidad considerable de bragas de buena marca.

El problema no es que Don C tenga cosas mías que quiero de vuelta ni que yo mantenga secuestradas sus pertenencias. El problema es que simplemente no se nos da la gana ponernos de acuerdo para realizar la entrega-intercambio. Quiero verlo y oírlo y me da miedo que diga las cosas correctas con esa voz que tiene y yo empiece a dudar de mis nuevas ideas. Él me quiere ver (or so he says) y desearme lo mejor y darme un libro que me compró para ayudarme a sobrevivir en mi nueva vida independiente. Se que si nos vemos en algún lugar poco concurrido terminaremos en la cama. Así quiero que sea. Pero algo me detiene. No se si es porque esto representa el paso final hacia otra cosa y aún no quiero. O porque no quiero verlo y que me vengan las ganas de empezar de nuevo. 

Todo sería más fácil si no hubiéramos dejado asuntos pendientes, digo yo. Es por esto que he decidido compartir la experiencia y donar a la sabiduría mundial 5 conclusiones/consejos/estrategias para sobrevivir al tan temido intercambio de prisioneros de guerra:
  1. Es buena cosa usar buenas prendas interiores. No es buena cosa dejar olvidadas las bragas Vera Wang cuando su precio equivale al 30% del salario mensual que una recibe. Mejor portar algo bonito pero prescindible… o de plano no portar nada. Lo mismo va para vestidos, aretes, etc. Una no es cenicienta como para andar dejando la zapatilla como recuerdo.
  2. Los regalos se compran con el mínimo de anticipación posible. Sobre todo si son cosas que no se pueden devolver. No importa qué tan seria o estable sea una relación, chances are, terminará tarde o temprano. No hay nada peor que gastar 240 dólares en libros y cosas que una no puede usar.
  3. El kit lujuria debe ser por-ta-ble. No está padre andar dejando pócimas y trucos por ahí. Hay alguna relación extraña entre el precio de los buenos productos y la posibilidad de que el sujeto los use en alguien más que simplemente me deja muy intranquila. Ahora llevo puras porciones portátiles, versiones de viaje y fetiches desechables. No, no me cruza por la cabeza no usar goodies. Tampoco es para tanto.
  4. Call me crazy, pero he caído en cuenta que la intimidad (el perderse el asco, pues) mata cualquier tipo de relación. No es bueno que tu hombre se sienta tan en confianza como para dejar su cortaúñas en tu casa. Tampoco, señoritas, es bueno dejar un arsenal de herramientas femeninas en su territorio. Después de eso, lo que sigue es hacer pipí con la puerta abierta, que él sepa qué marca de tampones usa una o que alguno de los dos empiece a roncar. El misterio es una cosa muy poco valorada últimamente y no pienso unirme a la moda.
  5. Hay algo en vivir cada cita como si fuera la últim.  Se que no soy el modelo de la sanidad emocional, pero en verdad creo que es la única forma de vivir, como se debe, una relación. Con el mínimo de compromiso y el máximo de entrega. Lo demás me ha dejado con un ligero dolor de cabeza y una caja llena de cosas que entregar…

2 comentarios:

Il primi dijo...

Que no diga que no escribe uno en su blogtz

Ta buena la "entrada".

José dijo...

Ya lo pasado, pasado, no me interesa...