Tal vez es el viento nocturno que despierta los sentidos y provoca el ligero escalofrío que recorre la espalda. Es el clima, que calienta la piel y luego la baña de un involuntario rocío. Es la piel húmeda y la ropa pegada al cuerpo, la ropa que estorba... Es el sol y el viento que no refresca y que obligan a mostrar más piel que de costumbre. Y es la piel que se traduce en desnudez. En estos días todo lleva a la desnudez.
O tal vez es la primavera y que las flores abren en primavera y los animales hacen lo propio en esta temporada. Y que la inminente llegada del verano obliga a oler y a saborear y a sentir. O la lluvia que ya se anuncia y recuerda que los besos mojados son los mejores. Los besos con sabor a sorbete de frutos rojos, a labios rojos, a frutos frescos, besos helados en una espalda caliente.
Caliente. Caliente la piel y las yemas de los dedos que la recorren. Y el cuello más allá de tibio pidiendo a gritos una mordida a punto de nieve o la espalda desnuda esperando el agua casi tibia y salir de la ducha y llegar a la cama y sudar hasta que sea necesario volver a empezar. El aire caliente, el ánimo caliente, las sábanas calientes. Todo caliente. El mundo entero mantiene, por ahora, esta especie de calentura permanente y ¿con razón?
Eso parece, pues todo a mi alrededor huele a sexo. Debe ser eso y no soy sólo yo y las ganas enjuagadas en helado... en Jack helado.
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