Todos nos preguntamos de vez en cuando qué sería del ahora si en el pasado las cosas hubieran sido distintas: si hubiéramos estudiado otra carrera, si en el kínder nuestros amigos hubieran sido otros, o si nuestros padres, incluso, se hubieran cruzado en otro momento de su vida. Es un ejercicio ocioso y, por lo general, deja trazos de desolada insatisfacción. No sabremos nunca la respuesta. Pero hay algo en este especial tipo de introspección que resulta culposamente placentero…
Pensar en los hubiera me viene recurrentemente desde hace unos meses. ¿Qué hubiera pasado si yo no hubiera intentado volar y, en el intento, me hubiera roto la mano? Probablemente Don C no me hubiera volteado la vida de cabeza. Y si nos hubiéramos encontrado unos cuantos meses antes yo, probablemente, sería esposa de un ingeniero ¿Quiénes serían mis amigos si yo no hubiera tenido un novio llamado Israel cuando inicié mi segundo año en la preparatoria? El muégano seguramente sería postre no tan dulce. ¿Cuáles serían mis planes inmediatos si no hubiera caído la crisis sanitaria justo hace un año? Tal vez la el Central Park sería un sueño y no una promesa.
Hay algo en este hábito de sentarse a tomar el fresco y fumar y pensar y tomar mezcal. Últimamente encuentro una nostalgia deliciosa en pensar en lo que es y lo que fue y lo que hubiera sido. Y, de entre todo, una duda siempre me empuja un poco más allá del principio lúdico: ¿y si nunca lo hubiera conocido? Hablo de … Me queda claro que soy quien soy, en gran parte, gracias a él. No le gusta que se lo diga. No me importa. Es lo que es y se acabó.
Y de él, de dudas ficticias: ¿en qué creería yo si no me hubiera enamorado hace 10 años? Encontrar lo que uno ni siquiera sabe que busca, a tan corta edad, no puede traer nada bueno. Tal vez seguiría buscando un rumbo por el lado del corazón y no del de la cabeza. Y ¿qué hubiera sido el último año de no haber coincidido aquella tarde, en el lugar menos esperado? Encontrarlo, para mí, siempre fue ineludible. Siempre tuve esa inquietante certeza. Pero el tiempo y el lugar y su falta de amabilidad no fueron gratuitos. Tampoco lo fue el yeso en mi mano ni lo mal que me veía ese día (por qué, dios? Por qué a mi?). Todo sería diferente, si no hubiéramos coincidido, por sólo unos segundos.
Y del año pasado no hubiera salido con los resultados que hoy guardo en una maleta. Ni tendría textos de Baudelaire para justificar mis lágrimas de decepción, ni olería más dulce que nunca. Hubiera olvidado que la vida va mucho más allá que la búsqueda de una persona. Y, probablemente, no me preguntaría recurrentemente qué rumbo hubiera tomado esto si nos hubiéramos encontrado hace cuatro años. Y, de todo, una pequeña certeza se hubiera comenzado a diluir: hay personas que estarán en tu vida, sin importar el tiempo o la distancia o las ganas.
Y ahora, somos los mismos y somos muy distintos. Él huele igual, suena muy parecido, sabe exactamente como lo recordaba, pero con más whisky. Yo me veo más alta, menos redonda y tengo la cabeza en otro lado (o será que siempre la tuve?). Y si hubiera sido un poquito más observador, se hubiera dado cuenta que, por un par de días me volví a enamorar de él. Y se habría cubierto de este caparazón que a veces le rodea. Y yo hubiera hecho berrinche y me hubiera ido de viaje… y tal vez en ese viaje me hubiera encontrado al francés que estoy buscando.
Pero no pasó así y decidí darle un vuelco al sentimiento y empezar a quererlo, o decidí recordar que siempre lo he querido… como se quiere eso que se tiene tatuado en la piel del recuerdo y que no se deslava con nada. No me pregunto qué sería de mí y de él y de nosotros si estuviéramos juntos, en términos convencionales. Sé que las cosas se han dado y se han acomodado y no cambiaría los viernes que me regala por un mes que hubiera podido robarle. Al final, la certeza, la dulce certeza de que Henry algún día será mi Paul.
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