En la constelación de Cáncer existe el sistema de estrellas binarias con la duración orbital más breve conocida. El par de estrellas blancas enanas trasladan simultáneamente por sus órbitas entrelazadas en algo así como 321 minutos. La imagen me parece hermosísima: una pareja de pequeños astros luminosos que danzan por el cielo dando vueltas uno alrededor del otro. No sé qué me parece más bonito, la danza en sí o el hecho de su perpetua fugacidad. Siempre de frente, la noche de uno es el día del otro y así danzan a través del tiempo, sin tocarse nunca. Los días y las noches duran exactamente lo mismo que dura un año en este mundo fantástico: 5 breves minutos. La fugacidad perpetua.
Y mientras tanto, a Saturno le toma más de 29 años (terrestres) dar una vuelta completa al Sol. Esto es, en Saturno, los otoños duran cerca de 90 meses. Siete años de otoño... Siete años... Y en siete años se nos puede ir la vida. O no. El tiempo y sus mutaciones y sus implicaciones me rondan la cabeza estos días. De entrada, me encuentro en un punto indeseable: quisiera detener el tiempo y disfrutar. Desearía mudarme a Saturno y volver el tercio de año que me queda en una década, una década llena de otoños y viajes y mezcal. Por el otro, mi impaciencia y mis ganas de salir volando por la ventana, aferrada a una sombrilla me llenan de unas inevitables ansias de darle fast forward a marzo. Cerrar los ojos y, al abrirlos, encontrarme en septiembre en Central Park cubierto de dorados y ocres.
Y el tiempo, que toma formas distintas en cada caso, transparente y terrible como el agua. Hay días perfectos que se sienten como semanas perfectas y reparan el cuerpo y el alma como meses de retiro. Hay noches que no alcanzan y días que duran demasiado. Y también están esas personas mágicas que vuelven el tiempo fluido como la miel, dulce y obstinada. Y las horas se vuelven imposiblemente breves, parsimoniosamente fugaces. Horas en las que se dice todo y nada porque toda la dulzura no alcanza y el tiempo se escurre y no vuelve. Pero, como la miel, algo siempre queda. Como el Bourbon en los labios y el aroma en la piel.
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