miércoles, marzo 31, 2010

La empatía de la piel

La piel es un lenguaje universal. Es un lenguaje sencillo y misterioso. Para mi comienza con la voz y un aroma particular. Luego vienen las ganas, llaman las trompetas de Diana y Apollo. Inicia la conversación. Un roce inocente pero intencional, seguido de una mirada; un beso sorprendentemente dulce; una mordida en el omóplato izquierdo (que sabes, va a dejar marca); una caricia en la pierna derecha debajo de la mesa. La piel dice mucho y explica poco. Cuando hay piel, no se necesitan muchas explicaciones.

En los últimos días he conocido a un extraño que me conoce (extraño, el caso), he comenzado a extrañar, y por momentos me he extrañado al encontrarme en otra parte. En estos días me altero con facilidad, me encuentro un poco perdida, me falta el sueño. Conversé con … le dije que siento como si the fire within se me hubiera apagado. Es un poco cierto. Me muevo, de pronto, en automático. Pienso en meses adelante, tal vez para no pensar en la inminencia del presente y de cómo he comenzado a caer, no sin el gusto culposo de quien se avienta al vacío, al abismo de la exquisita desesperanza temporal. Me preocupan los puentes que habrá que incendiar, aunque … se burle.

Al mismo tiempo, cada vez extraño menos a Don C. Curioso cómo los sentimientos se diluyen cuando uno no lo espera. Aún extraño su sabor a mezcal, su voz calmada y, por sobre todas las cosas, sus manos en mi piel y su piel y las horas. Don C. y yo nunca aprendimos a hablar. Pero la piel es autónoma y en la grieta que se abrió entre los dos desde el primer encuentro, la piel encontró el espacio perfecto para construir un refugio, lejos de toda racionalidad, de todo instinto de supervivencia. Igual y nunca aprendimos a hablar, precisamente porque la piel hablaba por nosotros.

La piel tiene su propia memoria. Una memoria que trasciende los malos tragos, los regalos caros y los berrinches, las horas de tráfico y el fin definitivo cada tres meses. Hay algo en la piel conocida que llama, como el canto de las sirenas y reconforta. Tocar piel conocida es como llegar a casa. Pero la piel nueva implica un vértigo delicioso. La incertidumbre y la licencia de explorar y el asombro maravilloso de recibir un beso en el punto justo de la espalda, sin pedirlo. La piel conocida es exigente, no le van los cambios de sabor. La piel nueva se agradece. Ser invitado a territorio nuevo es un juego peligroso, pero irresistible.

Y entre los territorios conocidos y extraños, ese espacio atemporal de la piel conocida que se disolvió y luego volvió por un tiempo, disfrazada de nueva. Esa rara mezcla de sabores que, como la Etiqueta Azul, se fue y volvió y sólo se encuentra en edición especial, por que así debe ser. Es el justo medio de la sinrazón, el capricho máximo, el paseo en el borde.

Si en algo he de creer, creeré en que la piel habla verdades. Y en esa combinación cuidadosamente construida del sabor del recuerdo, los gustos adquiridos, la sorpresa de lo que se conserva… el primer beso, los años de espera, la cami blanca. El recuerdo de lo que no sucedió y ahora sucede acompañado de voz grave y macerado en una mezcla deliciosa de mezcal y bourbon y mucho, mucho humo. La empatía de la piel es atemporal, al final del día. Pero si la piel ha de hablar, por el momento prefiero que sea en una charla de medianoche y con The XX sonando en el fondo.

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