Me gusta el otoño. Cuando sea dictadora moveré la Fête de la Musique al segundo sábado de octubre (si, en mi mente, ser dictadora equivale a dominar al mundo). Mi idea de paraíso es beber vivir la Fête mientras bebo vino por la calle, en otoño. El otoño sabe a unos pedacitos de chocolate cremoso, a quesadillas o a spicy tuna. Sabe a curry verde con Salo, a pizza de formaggio con Don C. De pronto me sabe a mezcal añejo y naranjas (con mi pareja favorita, claramente) o a aguachile con nuevos amigos, aguachile que se convierte en un concierto. De vez en cuando me sabe a cualquier cosa en el Filicori de la condesa hace un par de años (y a que Sandra y Melina siguen aquí). Sabe a las cenas navideñas con el muégano. Sabe a quesadillas curativas y agua de limón. Sabe a mi marido, que nunca come y siempre me apoya. A veces me sabe también a papitas con chamoy en domingo y a mi mejor amiga, que siempre sabe cuando no quiero hablar.
El otoño sabe a recuerdos. Al lechón con mojo y los moros con cristianos de La Habana y a las hojas de parra y café turco de los domingos en El Emir del Centro. Al chile en nogada y las palomitas dulces, que tanto le gustan a mi madre. Sabe a te verde en cualquier spa, en aquellos días cuando podíamos hablar. Sabe a sopa de municiones en Pensador Mexicano y a los chocolates que mi abuelo escondía, sólo para mí. Sabe al único platillo que mi padre sabe hacer y, por sobre todo lo demás, sabe a esos domingos que pasamos juntos sólo él y yo hace unos veinte años. Sabe a salsa y merengue y a papi, cuánto te quiero.
Me gusta el otoño porque sabe la madera en un Rioja y huele a besos de Bourbon combinados con mucho tabaco. Definitivamente, el otoño huele a CH (ese que últimamente usa mi padre). Huele a CH, con un dejo de Abercrombie y la constante presencia de 212. Huele a mi mamá, a velas de canela y a sábanas limpias. También huele a lo que olía el Peter cuando estaba dormido. Y huele a humo y al cuello cerca de la boca y un ligero escalofrío. Huele a ese perfume que no he encontrado y que se parece un poco al de la botella azul medianoche.
Cuando viene el otoño me doy un poco de licencia. Uso tacones más altos, labios rojos y perlas. Me da menos culpa leer InStyle. Disfruto más el tiempo que paso en la cama y veo las noticias sólo tres veces al día. Me atrevo a pensar que, tal vez, estos mareos sólo se deben a que tengo miedo. Sólo en otoño puedo aceptar públicamente que me gustan las canciones de Shakira y que no puedo esperar para el concierto de María José. En otoño también me permito, de vez en vez, fisgonear por la ventana indiscreta (que no deja de perturbarme), imaginar otros escenarios, hacer berrinche y ponerme insoportable. Cuando es otoño, se sabe que vendrá el invierno (es una realidad casi palpable). Otoño es cuando uno toma previsiones o decide perder el control.
El otoño es uno de esos mails inesperados que lo dicen todo pero no de la forma que yo quiero. Es una postal de Paris en blanco y negro, un mensaje en la mañana o una llamada a medianoche. Es un número exacto de besos en la espalda. También es jueves en La Paix y un Illy en la mañana del viernes. El otoño es mejor en jueves, un jueves que me lame la oreja y me regala diminutas notas musicales. Pero, en otoño, me gustan más los viernes y la libertad que me dan los viernes. Me gusta cualquier viernes en otoño y las noches de viernes que no tienen fin. En mi mente, el otoño debe sentirse como una carta que llega a tiempo, como un encuentro fortuito, como un vestido Narciso Rodríguez y unos zapatos Louboutin. El otoño probablemente se sienta mejor en el Cielo de Cortés.
El otoño suena a dos frases que deseo escuchar (deseo, del que quema). El otoño suena a Gershwin y muchas otras cosas. Pero para describir los sonidos de otoño necesito muchas, muchas estaciones.
2 comentarios:
Pero que entrada tan más bonita, prometo regalarte más sábados pefectos, que te sepan a pleno otoño, sólo para reconfortarme con tu felicidad que empapa palabras de este blog.
Kiss kiss
Me fascino esta entrada, sobre todo por que hablas de mi!!!
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