martes, mayo 25, 2010

Hay cierta magia escondida en un buen vestido...


Hay dos cosas que una niña necesita para ser feliz:
 un gran vestido y un mejor amigo que le diga que le sienta bien.

Los vestidos son una de las mejores cosas de la vida de una mujer. La gran mayoría de las mujeres llevarán, al menos, dos vestidos en su vida: el de bodas y el de noche (esa noche que una nunca olvidará, donde se veía mejor que todas las demás y las cosas parecieron acomodarse por un rato). Los vestidos (y que Narciso Rodríguez me escupa si me equivoco) son las piezas de ingeniería más complicadas del arte textil. Y, como cualquier construcción, algunas son verdaderas obras de arte y otras, cuando mal hechas, pueden tener resultados desastrosos y permanentes. En cualquiera de los casos, un vestido es la prenda más memorable que alguien puede portar.

Ciertamente todas tenemos una relación de amor-odio con los vestidos. Hay algunos que se ven divinos en el aparador y que en una parecen klin-pak sobre longaniza mal amarrada… otros parecieran visiones que nacieron bordadas sobre nuestro cuerpo, pero resultan completamente inaccesibles para los sueldos de mortales desterrados de la alta costura, como yo. Pero cierto es también que hay algo en los vestidos que simplemente transforma a la mujer que los lleva. Son una especie de artilugio mágico. Un buen vestido es simplemente irresistible.

Recientemente tuve dos experiencias relacionadas con la magia que encierran los vestidos. Nunca pensé en verme enfundada en metros y metros de blanquísima tela drapeada. Nunca imaginé el poder de un vestido de bodas. Por más que no crea en el matrimonio, descubrí que un buen vestido bien vale el intento de celebrar el sinsentido de las promesas incumplibles. Algo le ponen a los vestidos de novia que una se ve inevitablemente… distinta, bella. La verdadera novia ensayó algo así como una docena de cortes, largos y telas. Algunos me gustaron mucho, algunos aunque bellísimos, no responden a mi estética personal (y mucho menos a mi estatura de pigmeo), pero con todos la futura novia se convertía como en una versión 2.0 de ella misma. Alta, delgada, feliz. Gran cosa eso del vestido de novia…

Se case una o no, eventualmente a todas nos toca arreglarnos para algún compromiso nocturno. Y también, cuando una mujer lleva un vestido que se siente bien, se ve bien y merece uno que otro halago, algo cambia en su interior. Es como tomar prestado un pedacito de otra vida, similar pero distinta. Claro que no todo es así de fácil. Llevar un buen vestido es un poco como una carrera de resistencia. Hay que aguantar las miradas mal intencionadas y poco discretas, hay que pararse derechita, sentarse de lado y fingir que una no es una señora. Debe una pararse de la silla de cierta manera, bajar las escaleras de cierta otra y agacharse con la mayor clase y gracia posible. Dominar un buen vestido no es realmente cuestión de talla o aspecto físico. Va más allá. Es dominar el arte de provocar al otro: mirar pero no tocar.

… y al final todo buen vestido tiene ese placer que no te da ninguna otra prenda. Sólo un buen vestido deja ese ligero frío en la columna cuando el caballero adecuado se gana el derecho de quitarlo con la delicadeza debida. El derecho lo otorga el vestido, lo que pasa después es otra cosa.

2 comentarios:

Viridiana dijo...

Es el concepto.
Al momento en que subes el cierre, cierras los botones, ajustas los pliegues, se ha creado toda una historia al rededor del vestido, EL vestido, no entendido únicamente como el vestido de novia, sino ese vestido que hace que tú, de una manera inquietantemente molesta para las demás y exquisitamente delatadora para otros, seas simplemente perfecta.
Sí, te delata justo porque construye siluetas y formas que se ajustan a lo que eres, no lo que se ve.
Y es que por más que un vestido logre que de manera milagrosa una se acerque más que nunca a aquella utópica mujer que construimos en la mente, el verdadero deleite está, a mi parecer, en lo que el vestido construye, esa sensación de sentirse deseada, envidiada y observada; la seguridad que da y la mujer en la que te convierte un par de metros de tela exquisitamente drapeada, cortada, ajustada a aquellos puntos exactos en los que debe ir.
Lo mejor no lo da la imagen que genera en la vista de quienes observan el vestido, queriendo ver en realidad a la portadora; sino aquello que construyen en complicidad el observador y lo analizado.
Así, por esa noche en la que portaste EL vestido, fuiste otra, la otra que el vestido te ayudo a construir y, efectivamente, lo que pasa después es otra cosa.

Un fulano dijo...

The shorter, the more pretenders. No short enough yet,though great night, great looks, great woman. I'll miss you, and i'm sorry for being so bussy latetly, blame the school, which will be over before you go, promised.