martes, abril 13, 2010

Él me mintió

Todas las mañanas dudo sobre la elección de mi atuendo. Adoro las faldas y los vestidos, pero generalmente implican ser agredida en mi camino al trabajo. No exagero: esos cincuenta metros que debo caminar cada día sobre Av. Chapultepec, si traigo falda, se convierten en una licuadora de sentimientos. Partiendo del hecho de que no soy, ni me parezco (ni por mucho ni por poco ni por nada) ni a Megan Fox, ni a Galilea, ni a la Tesorito, nunca he entendido el chifladero, gritadero y demás vejaciones de las que soy objeto. Si. Lo acepto. A veces me siento ligeramente halagada. Y si, también lo acepto. Nunca me he sentido verdaderamente agredida. Es sólo que resulta molesto y no lo entiendo y creo que jamás lo entenderé.

El punto no es si las expresiones de genuina admiración por mi “belleza” me causan conflicto o si su origen se puede explicar por la química del sexo, por la genética animal o por la configuración patriarcal de nuestra sociedad (la agresión como forma de dominación masculina, quesque). El punto es que yo tengo el poder de evitarlas, o al menos, de minimizarlas (un poco este asunto de que las mujeres son violadas porque provocan a los hombres… NOT!). Y no. Generalmente amanezco de humor como para necear. Todas las mañanas tomo la decisión racional de ser poco práctica: siempre decido ponerme el vestido que se me antoja, los zapatos que le van y luego, me quejo de las consecuencias.

Así somos las mujeres. La verdad. Nos gusta más la mala vida, el maltrato. No es que seamos tontas, o fácilmente engañadas. Es que todos los días tomamos decisiones conscientes y racionales que nos llevan a escuchar lo que no queremos oir, ver lo que no queremos ver y, en pocas palabras, sufrir. Yo digo que es adicción a ese dolorcito retador. Esta adicción se sostiene en la vida cotidiana, pero en cualquier interacción con el sexo masculino (y sobre todo si se involucran sentimientos) esto se potencia hasta el infinito. Así funciona.

Nos ponemos “de a pechito” para que nos hagan el corazón, el ego o el orgullo confeti reciclado e, incluso, disfrutamos el proceso. Llegamos, incluso, a planear la modalidad de berriche que vendrá cuando no obtengamos lo que queremos. Y luego, encima, nos quejamos como si fuera el fin del mundo y cantamos canciones de Amada Miguel con lujo de sentimiento. Él me mintió, él me dijo que me amaba y no era verdad… él me mintió. A ver, reina, mentiras todo eran mentiras, si, pero tú lo sabías y decidiste seguir el juego. O no?

Cuando vas a la fiesta acompañada para darle “celos” al tipejo que te vuelve loca sabes que a) no vas a salir del brazo de él directo al registro civil y b) seguramente él también va acompañado. La que termina haciendo berrinches y bebiendo poco elegantemente es una. Cuando una le marca a ese que nunca contesta, a menos que lo agarremos desprevenido, tiene 18 llamadas perdidas de antecedente. Cuando una le contesta el mensaje al imbécil ese que sólo sabe dar largas y prometer castillos de arena sabe a dónde va la cuestión. Y cuando una propone planes que, de antemano se saben “imposibles” (imposibles porque al tipejo no se le da la pinche gana, nomás por eso), lo hace anticipando el dolor de cabeza que la respuesta negativa va a generar. Claramente nos gusta sufrir.

Y, al final, no podría ser diferente. Este tipo de juegos no sólo son divertidos, son un rasgo cultural muy bonito (probablemente en algún lugar civilizado como Suecia esta dinámica social ya es arcaica). Si no le creemos a los mentirosos, no le creeríamos a nadie. Qué caso tendría? Y los retos son el catalizador más sexy del mundo. Los hombres que sólo saben decir que si están buenos para una cena, a lo mucho. Invariablemente empiezan a apestar al tercer día. Todo bien, entonces? Si y no. Digo, tampoco es que una quiera andar con berrinches atravesados para siempre. Y una no vive de propuestas tentadoramente irrealizables. Cuándo es suficiente? Eso, no lo sé. Tendría que decir basta para averiguarlo y eso sería perder por default la batalla. Y es que una batalla perdida, cuando se gana, se siente como nada parecido.

1 comentario:

anahí dijo...

Amiga, osea, me encantó... está super padre, dice toda la verdad de nosotras y así... osea, me encanta que te encante mi nuevo disco

seguro lo tienes, entendiste perfecto todo y así, me encanta, super lindo