Hace un par de años encontré el par de tacones negros perfecto. Son simplemente perfectos: altos, increíblemente cómodos, ultra chic y aptos para todo atuendo. Con ellos tengo infinidad de historias: me han llevado a trabajar, me han acompañado en incontables escapadas nocturnas, al cine, a celebrar navidades en Las Vegas (al casamiento de mis padres con Elvis), a bailotear en Atenas y a la Ópera en Nueva York. Han caminado conmigo por mis lugares favoritos y también me han llevado a recibir malas nuevas. Han estado también en grandes reencuentros y felices horas. Los he portado con emoción (y nada más que una gabardina) en el largo recorrido del Sur a Lomas Verdes y me han regresado de ese mismo lugar con lágrimas en los ojos y (una vez más) el corazón hecho cachitos.
En algún momento de descuido me di permiso de quererlos. Nunca calculé que no durarían para siempre. Ahora insisto en usarlos, pero siento cómo comienzan a debilitarse, a perder su brillo. Debo tomar una decisión: seguirlos usando intensamente, sacarlos a bailar en una noche épica, caminar con ellos por Bal Harbour y dejar que mueran con dignidad y propósito. O bien, guardarlos como una especie de souvenir a sabiendas de que los podré usar en contadas ocasiones pero a lo largo de varios años.
La situación me recuerda a C. Justo hace un año debimos decidir si estirábamos la relación hasta sus últimas consecuencias o la dejábamos descansar y guardábamos este juego como un perfume lujoso, sólo para ocasiones especiales. Optamos por la segunda. Ahora, un año después, veo que fue lo mejor. Don C me ha dado felicidad a cucharadas, en dosis controladas, según su propia receta. El balance perfecto a mi personalidad apasionada.
Enero me espera con decisiones y caminos que tomar, batallas que elegir. Espero que esta pausa me susurre la respuesta. En tanto me queda agradecer por un año lleno de música y emociones, reflexiones y largas charlas. Fueron 12 meses llenos de amigos, buenos y entrañables amigos. De noches sin dormir, de desvelos y toques de queda rotos. De promesas y planes, de viajes y fugas. Cientos de días llenos de sexo y vino y humo y sabias palabras. De navidad sólo quiero la promesa de que el nuevo año llegue con ligueros y encajes, buenas noticias, cambios necesarios y mucha música nueva. Eso y unos nuevos tacones perfectos.
En algún momento de descuido me di permiso de quererlos. Nunca calculé que no durarían para siempre. Ahora insisto en usarlos, pero siento cómo comienzan a debilitarse, a perder su brillo. Debo tomar una decisión: seguirlos usando intensamente, sacarlos a bailar en una noche épica, caminar con ellos por Bal Harbour y dejar que mueran con dignidad y propósito. O bien, guardarlos como una especie de souvenir a sabiendas de que los podré usar en contadas ocasiones pero a lo largo de varios años.
La situación me recuerda a C. Justo hace un año debimos decidir si estirábamos la relación hasta sus últimas consecuencias o la dejábamos descansar y guardábamos este juego como un perfume lujoso, sólo para ocasiones especiales. Optamos por la segunda. Ahora, un año después, veo que fue lo mejor. Don C me ha dado felicidad a cucharadas, en dosis controladas, según su propia receta. El balance perfecto a mi personalidad apasionada.
Enero me espera con decisiones y caminos que tomar, batallas que elegir. Espero que esta pausa me susurre la respuesta. En tanto me queda agradecer por un año lleno de música y emociones, reflexiones y largas charlas. Fueron 12 meses llenos de amigos, buenos y entrañables amigos. De noches sin dormir, de desvelos y toques de queda rotos. De promesas y planes, de viajes y fugas. Cientos de días llenos de sexo y vino y humo y sabias palabras. De navidad sólo quiero la promesa de que el nuevo año llegue con ligueros y encajes, buenas noticias, cambios necesarios y mucha música nueva. Eso y unos nuevos tacones perfectos.
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