
En algún momento de descuido me di permiso de quererlos. Nunca calculé que no durarían para siempre. Ahora insisto en usarlos, pero siento cómo comienzan a debilitarse, a perder su brillo. Debo tomar una decisión: seguirlos usando intensamente, sacarlos a bailar en una noche épica, caminar con ellos por Bal Harbour y dejar que mueran con dignidad y propósito. O bien, guardarlos como una especie de souvenir a sabiendas de que los podré usar en contadas ocasiones pero a lo largo de varios años.
La situación me recuerda a C. Justo hace un año debimos decidir si estirábamos la relación hasta sus últimas consecuencias o la dejábamos descansar y guardábamos este juego como un perfume lujoso, sólo para ocasiones especiales. Optamos por la segunda. Ahora, un año después, veo que fue lo mejor. Don C me ha dado felicidad a cucharadas, en dosis controladas, según su propia receta. El balance perfecto a mi personalidad apasionada.
Enero me espera con decisiones y caminos que tomar, batallas que elegir. Espero que esta pausa me susurre la respuesta. En tanto me queda agradecer por un año lleno de música y emociones, reflexiones y largas charlas. Fueron 12 meses llenos de amigos, buenos y entrañables amigos. De noches sin dormir, de desvelos y toques de queda rotos. De promesas y planes, de viajes y fugas. Cientos de días llenos de sexo y vino y humo y sabias palabras. De navidad sólo quiero la promesa de que el nuevo año llegue con ligueros y encajes, buenas noticias, cambios necesarios y mucha música nueva. Eso y unos nuevos tacones perfectos.
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