En estos momentos mi piel se ha bronceado hasta tomar una tonalidad más bien morada, señal inequívoca de que el propasamiento bajo el sol playero fue absoluto. Yo no cambio: no tengo llenadera, ni autocontrol. Se sabe de mi falta de madurez, coordinación y seriedá. Pero con todo y todo el año cierra un poco todo bien. Estoy justo viendo el Caribe americano, mi maleta va (irá, cuando me decida a hacerla) llena de puro vestido no apto para trabajar, tacones demasiado altos para usarse, perfumes demasiado dulces para mis “telarañas mentales” (como diría mi madre), ligueros, condones, vibradores, la Vogue de enero y una lista interminable de libros que quería comprar en inglés y que no encontré y muchos, hartos regalos para gente que no se los merece.
Apesar de esa certeza (de que no cambio, de mi falta de seriedad), todos los años sigo religiosamente el cursi ritual de hacer mi lista de propósitos. Creo que es sano tener metas a corto plazo, aunque a priori sepa que no cumpliré ni la mitad. Además, me resulta curioso encontrarme de pronto con listas de años pasados. Hay algo en ellas de lo que fui, que lo quería ser y de lo que sigo siendo (o sigo queriendo ser).
Por muchos años quise aprender a tocar un instrumento. Desde los 12 o 13 el Chello me ha parecido uno de los instrumentos más sensuales que puede haber (el sonido, la forma y el hecho de que se toca con las piernas abiertas). Nunca aprendí. Intenté tomar clases de solfeo, con el mismo resultado que mis esfuerzos por aprender a manejar un auto estándar: la humillación total. Por otros tantos quise leer más, hablar francés, aprender tango, tener un novio francés, otro chef y un buen trabajo. Algunas cosas las he logrado, otras las he olvidado y muchas otras siguen apareciendo en mis listas anuales. A eso habrá que aunarle la bendita Checklist sexual que no deja de crecer y evolucionar.
En fin, a sabiendas de que me expongo al escarnio público, he decidido compartir una parte sustancial de mi lista 2010. A sabiendas, también, de que este año para mí sólo tiene 8 meses: llegado agosto sólo me preocuparé por sobrevivir, desaparecer y reinventarme. Mientras tanto:
- Bajar (de una vez por todas) los putos kilos que me faltan por perder. Sigo esperando que salga el vino tinto light.
- Retomar la danza – salsa, probablemente. La probabilidad de lograrlo es directamente proporcional a la guapura del maestro y de los compañeritos.
- Regresar a mis yogui clases – ídem., con énfasis en la guapura del maestro.
- Terminar, al menos, mi lista de libros pendientes antes de emprender la graciosa huida.
- Afianzar mi conocimiento de lenguas francesas. Ojalá hubiera puntos extras por cada beso francés repartido.
- Aprender, al menos, 5 nuevos trucos sexuales.
- Irme de viaje sola. Irme de viaje con mis amigas. Irme de viaje con… Si. Irme de viaje.
- Aprender a cerrar ciclos .De todos modos la vida me obligará un poco.
- Se me antoja ceder al antojo en las vísperas a la fuga. Yo, un amigo, un participante de paga. Se me antoja atreverme a ir un pelín más allá del punto de no retorno.
- Diversificar mi conocimiento musical y mis rumbos de esparcimiento. Ya estuvo bueno de Asha y Bic Runga.
- Reducir un poco mi nivel de prejuicio, de incongruencia, de criticonez. Es que hay un Diooooos! No vaya a ser la de malas…
- Empujarme un poquito más allá de mi zona de confort. Aunque sea un poquito.
Aunque… si el mundo se acaba en el 2012, tal vez lo más sensato sea comer y coger durante 1000 días seguidos. Yo por eso, este día estrenaré un vestido DVF, unos nuevos tacones altos y no usaré calzones. El puro buen agüero.
Feliz año, queridos queridísimos.
Beban mucho, coman algo y bailen hasta pedir tregua (si se puede en horizontal, qué mejor). El lunes regresaremos a la insoportable levedad del cierre de eje 7, con stilettos nuevos.
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